Mordazmente humorístico
Pues ya estamos en pleno mes de junio y parece que el mundo se ha pintado con el arco iris. Banderas multicolores pululan por todos lados en las principales ciudades del mundo. Para nadie es desconocido que es el mes en el que se celebra la diversidad y las calles se inundan en múltiples ciudades del mundo con personas de la comunidad LGBT+ para alzar su voz y hacerse presente en desfiles, y algunos con discursos muy bien preparados de activistas reconocidos.
Aunque inicialmente pensé en recomendar alguna lectura relativa al tema, la realidad es que pasando mis manos por los libros de mi biblioteca me encontré con un libro que habla de un grupo quizá tan marginado como la comunidad LGBT+, sumamente estigmatizado pero que aún, en algunos sectores de la sociedad, se reconoce como necesario aunque no se acepte abiertamente, y con quienes nadie quiere verse relacionado. Nadie que se precie de ser una persona moralmente solvente.
Pues para hablar de ese grupo y denunciar la hipocresía social e institucional, el autor Mario Vargas Llosa escribió Pantaleón y las visitadoras. Esta es la cuarta novela del autor peruano, publicada en 1973. Vargas Llosa ya había tocado anteriormente el tema de las instituciones militares en su novela La ciudad y los perros, de 1963, pero esta vez se lanza con un humor mordaz que nos hace soltar carcajadas a cada momento.
La historia trata de un capitán, Pantaleón Pantoja, a quien sus superiores le asignan una importante misión: establecer un servicio de prostitución en medio de la selva amazónica, en los cuarteles de Iquitos, esto debido a que los soldados constantemente violaban a las mujeres de la zona y los tribunales no tenían la capacidad para atender tanta demanda. Pantaleón es elegido por tratarse de un soldado ejemplar, no tiene vicios, ni hijos. Toda la misión la tiene que llevar a cabo en el más absoluto secreto, y dar servicio primero a los soldados y luego a los miembros de rangos más altos, lo que le denominaron “prestaciones”. Entonces, muy a su pesar, Pantaleón que es el soldado obediente por excelencia, se ve involucrado en todo este asunto.
Al principio le cuesta trabajo, pero conoce a una mujer clave que le ayudará con todo el tema, y con quien Pantaleón será infiel a su esposa. La mujer es Olga Arellano, apodada La Colombiana. Entonces, el capitán Pantoja, hace gala de su talento administrativo y sus capacidades para liderar un equipo, y logra establecer un servicio de prostitución con estas mujeres a quienes llama “visitadoras”. Es tal el grado de detalle que logra Pantaleón, que hasta establece cuánto tiempo tiene cada soldado para tener relaciones, así como cuántos cuartos se requieren, la capacidad de atención de cada visitadora, el pago que tendrán, y las hace pasar lista. Total que todo parece más bien un cartel, con lo que la operación se vuelve una unidad militar altamente eficiente.
Pero no todo llega a marchar como miel sobre hojuelas. Una de las visitadoras, la Brasileña, fallece y entonces Pantaleón decide realizar una ceremonia funeraria en su honor, sin importarle el castigo ni las consecuencias, y es cuando toda la operación sale a la luz. Los altos mandos se lavan las manos y tienen a Pantaleón como chivo expiatorio, quien acepta su castigo sin chistar y es enviado a otra misión. Finalmente, la esposa de Pantaleón lo perdona y vuelve con él.
Vargas Llosa se había caracterizado por una escritura formal, en la que mantenía lejos el humor de la novela. En una entrevista llegó a decir que era inmune al humor y que no lo infiltraría en sus obras. Sin embargo, en Pantaleón y las visitadoras el humor se hace presente a cada momento, con situaciones absurdas e hilarantes. Es con este humor directo, insolente, transparente, que Vargas Llosa se burla de las instituciones especialmente de la jerarquía militar, en donde podemos observar la deformación de los valores castrenses.
A lo largo de la novela podemos apreciar también la contraposición entre lo masculino y lo femenino, entre lo fuerte frente a lo débil. Esto simbolizado tanto por la relación de las visitadoras con la maquinaria militar, como la relación entre Pantaleón con sus superiores. El capitán Pantoja es alguien que ha realizado labores hogareñas dentro de su jerarquía militar: atender el rancho, la lavandería y hasta su alcahuetería al establecer el servicio de visitadoras. Por otra parte él no maltrata ni explota a las mujeres, al contrario trata de dignificar su oficio.
Finalmente, y como comencé hablando de este grupo de mujeres, marginado, socialmente estigmatizado, que se han dedicado a la prostitución, en la novela observamos algo interesante, a ellas no se les llama por sus nombres sino por sus seudónimos, lo que simboliza la pérdida de la identidad como personas y son vistas cada vez más como objetos prostituibles. Independientemente de lo gracioso que puedan parecer sus apodos, la realidad es que cada una de ellas encierra una historia llena de frustraciones y tragedias, como el caso de la Brasileña que pierde la vida en el ejercicio del oficio.
En Pantaleón y las visitadoras podremos soltar carcajadas a cada momento, en cada página que leamos, pero en medio de todo vamos a reflexionar sobre el entorno que nos rodea, en dónde estamos como sociedad, y a través de esta historia Vargas Llosa también nos muestra la doble moral de las instituciones que por un lado buscan promover el orden pero que no eliminan el caos en el que se ven envueltas.